Creo que cada uno de nosotros siempre ha sentido un impulso natural de orar por nosotros mismos y por otras personas incluso personas en el mundo que ni siquiera conocemos. Y de hecho es tan cierto este impulso o necesidad de orar, que cada uno de nosotros ha visto o experimentado, de alguna manera muy personal, el poder que tiene la oración en algún momento de nuestras vidas.
En lo personal creo en un Dios que me anima, me escucha y responde a mis oraciones. Para mí, la oración se ha convertido en un diálogo sincero conmigo mismo y con ese Dios que no juzga.
"La oración es la llave de la mañana y el cerrojo de la noche." - Mahatma Gandhi
Organizo mis ideas, mis planes, mis proyectos, mis preguntas, mis dudas y me ayuda a enfocarme en lo que es verdaderamente importante y eso es la verdadera alegría. Allí dentro de cada uno de nosotros está la alegría de vivir, en esa relación generosa con nosotros mismos, con los demás y con Dios.
Incluso, para aquellos que declaran no creer en Dios, la oración es también una extraordinaria forma de concentrarse en lo invisible en lugar de lo visible. Es una forma de recordar y tener siempre presente que la verdadera alegría se encuentra en nuestra capacidad de amar, en nuestra necesidad de relacionarnos fraternalmente con otros.
Vivimos en un mundo que gira de manera acelerada, expuestos a un bombardeo constante de informaciones desde la televisión, la radio, revistas y las celebridades. Como resultado, cada vez es más difícil percibir, en esos referentes, coherencia y unidad. Los deseos de los consumidores de esas informaciones cambian tan rápido como la cultura, para ser reemplazados por la última moda.
Esta exposición excesiva a eventos externos, tiene una influencia determinante en la vida de las personas. El individuo sin advertirlo puede convertirse en un consumidor más del mundo, caminando sin sentido, sustituyendo sus valores personales por valores colectivos, impuestos por la moda y las costumbres.
De hecho existen personas que se adaptan y se moldean fácilmente a los estereotipos “impuestos” por la sociedad de consumo. Y van perdiendo el sentido o propósito de la vida en la misma medida que deciden dejar a un lado sus valores personales.
No obstante, el excesivo materialismo que se construye en la sociedad como valores de supervivencia y felicidad es hoy día muy cuestionado, pues el hombre lejos de alcanzar la paz y la tranquilidad que suponía encontrar fuera de sí mismo, se ha convertido en un esclavo de la sociedad de consumo dependiente y “adicto” a lo que la moda impone. “Sobrevivir” a estos excesos, que son la mayoría de las veces excusas para no mirar dentro de nosotros mismos, es nadar contracorriente. Y una vez que tomas conciencia y convicción firme de los valores que están dentro de tu corazón, serás capaz de vivir una vida más sencilla y más plena. Una vida que se construye sobre las cosas que son fieles a los valores internos de tu corazón, en la cual no habrá campaña publicitaria capaz de cambiarlos.
Es allí, en los valores que más apreciamos donde se encuentra la vida sencilla que anhelamos. Es despertar a esa capacidad extraordinaria de la que ha sido dotado el hombre con su inteligencia de percibir en las pequeñas cosas la grandeza del regalo de la vida.
Esa es la conversación constante a la que nos invita la oración.
Tomar control de nuestra vida.
Mirar hacia dentro
Escuchar nuestros pensamientos,
Calmar nuestro espíritu y centrar nuestro corazón en lo que realmente es importante.
Eliminar de nuestra mente la cultura del consumo innecesario.
Centrarnos en algo más grande y más importante: VivirY por eso la oración es una forma de entrar en contacto contigo mismo. En la soledad o en la compañía, ante el temor y ante la alegría.
En la oración, nuestra mente viaja y recorre el sentir de los valores más profundos del corazón, porque cuando oramos no pedimos carros más grandes, casas más agradables o un guardarropa gigante. En lugar de ello, pensamos en nuestras familias, nuestros amigos, nuestra salud y nuestros mayores deseos de paz.Y al aproximarnos cada vez más a lo verdaderamente esencial seremos más sensibles, más humanos. Ya no seremos indiferentes al dolor del otro, nos conmoverá su tristeza y nos alegrará su alegría. Nos reconoceremos en nuestra individualidad y vulnerabilidad y seremos capaces de construir lazos fraternos con nuestros hermanos.