Cuando medité por primera vez, estaba pasando por un momento de mucha angustia en mi vida. Me atormentaban los pensamientos, las dudas, pues sentía que mi mundo se derrumbaba, que todo cuanto había construido de repente se estaba desvaneciendo, y los temores se apoderaban completamente de mí. Prácticamente me sentía inútil, paralizado. Pero algo resonó fuertemente en mi mente y mi corazón. Estoy vivo, estoy completo, no me falta el amor de mi familia. Me percaté que cada uno de los pensamientos e ideas que me atemorizaban se habían convertido en una novela dramática, sin sentido ni coherencia, una libre interpretación creativa de mi mente azuzada por los temores propios de la incertidumbre por lo que ha de venir.
En ese justo instante comprendí que es natural sentir miedo, y que no debemos tenerle miedo al miedo.
La meditación puede ayudarnos a abrazar nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestras iras; y eso es muy curativo. Dejamos que sea nuestra propia capacidad natural de sanar la que haga el trabajo. Thich Nhat Hanh
Sé que esta experiencia personal que les acabo de narrar se repite casi como un guión preestablecido en muchas personas.El ritmo agitado y las excesivas demandas de la vida moderna, incluso las que nos autoimponemos, nos estresan; nos agotan. Sentimos muy a menudo que no nos alcanza el tiempo para cumplir con la lista de tareas y deberes. Nuestro estrés y cansancio nos hacen infelices, impacientes y frustrados. Incluso puede afectar nuestra salud e incluso nuestra cordura y sensatez.
Hay tan solo una pregunta. La pregunta que nos hace despertarnos de esta dramática “pesadilla”. ¿Es útil preocuparme? La preocupación es simplemente eso: pre-ocuparse. Es empezar a resolver algo cuando todavía no es tiempo. Es gastar energía en vano, cuando la pudiste haber guardado para actuar cuando fuera el momento. Realmente... es perder el tiempo.
Hay una frase extraordinaria que nos regaló Jesús de Nazaret, y que lo narra el Evangelista Mateo en el capítulo 6, versículo 34, del Nuevo testamento: “A cada día su afán”. Y esto es una invitación a vivir en tiempo presente. Como lo dice el Costarricense Ricardo Jimenez, “Hemos hecho un hábito el estarnos preocupando por todo, hasta por cosas insignificantes, y lo único que esto trae es esclavitud. Nos hemos vueltos esclavos de cosas que ni sabemos si van a pasar, y lo curioso es que lo sepamos o no, esto nos enferma la mente y el cuerpo. Nos estresa y oscurece nuestro juicio. Convierte momentos que pudieron haber sido increíbles en ratos desagradables. Perdemos el sentido del tiempo, ya que dejamos de vivir el presente para morir lentamente en el "futuro".
Ese es el gran beneficio de meditar. Al callar nuestra mente, ese guión de preguntas y respuestas que construyen nuestros pensamientos, nos centramos más en el hoy, en lo que somos, en nuestro cuerpo en nuestra esencia. Nos regalamos un espacio de tranquilidad para alcanzar la paz y la armonía. Nuestra mente logra más tranquilidad y con ello comienza el aprendizaje al que estamos llamados cada uno de nosotros en esa búsqueda incesante del sentido de nuestras vidas: ser felices. Y esa felicidad comienza cuando transformamos nuestros pensamientos negativos en positivos. Cuando nuestra mente pasa de ese estado de perturbación, a un estado de quietud y equilibrio interior. Superar posiciones negativas y cultivar pensamientos constructivos. Todo es posible con la meditación.