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La fina línea entre la arrogancia y la humildad

“Caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: “Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?”. Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: “Estoy escuchando el ruido de una carreta...”. “Eso es” -dijo mi padre- “es una carreta vacía”. Pregunté a mi padre: “¿Cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?”. Entonces mi padre respondió: “Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuánto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.

Empezamos este post compartiendo una parábola que hace referencia a la arrogancia, ese antagónico a la humildad, y esto porque hoy abordaremos la humildad como la cualidad que demuestra la grandeza de quien la manifiesta.

La humildad no es un concepto, es una conducta, un modo de vida, una actitud. Es la actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo; es la cualidad de la persona modesta que no se preocupa por sí misma sino por los demás; es una condición de la persona que no es egocéntrica sino que minimiza sus logros para no centrarse en ellos y perder la objetividad en su accionar diario; es una de las virtudes más nobles del espíritu; es un signo de fortaleza.

La humildad es esa virtud que nos permite ver las cosas como son, sin las deformaciones que genera la lente de la vanidad. “La vanidad, ciega; la humildad, revela”, dice el conferencista español Álex Rovira cuando aborda el tema de la humildad en su libro “Los Siete Poderes”. Quienes carecen de humildad no poseen la base esencial para un progreso seguro. La arrogancia, el orgullo, es sinónimo de fracaso en cualquier aspecto de tu vida.

¿Te ha tocado alguna vez estar en una reunión con una persona que hace todos los esfuerzos para ser el centro de atención, que habla de todo, interrumpe a sus compañeros, menosprecia otros puntos de vista, asegura tener la razón y además se cree superior a los demás y dueño absoluto de la verdad? La reunión se torna sencillamente insufrible ¿verdad? Y lo que te provoca es salir corriendo. También deseo compartir contigo esta narración de Jesús, llamada Parábola del fariseo y del recaudador de impuestos, para que identifiques al orgulloso y soberbio y al humilde y obediente:

“A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo. En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! “Os digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. (Lucas 18:9-14)

Casi siempre podrás identificar a un ser vanidoso, arrogante, soberbio, orgulloso. ¡Cuán difícil es aceptar y tratar a gente que no está dispuesta a cambiar su actitud porque simplemente se cree perfecta!

Tal vez esa persona que conoces tiene otras virtudes, pero ¿de qué le sirven si no conoce la humildad? Es como tener un cuerpo sin alma, es como tener ojos y no poder ver, es como tener oídos y no poder escuchar.

Recuerda que cada uno de nosotros está en este mundo enfrentando un proceso permanente de cambio, de crecimiento y esa transformación constante debe hacernos entender que no lo sabemos todo, porque el aprendizaje es un camino que andamos cada día de nuestra vida y que solo se interrumpe con la muerte.

Una persona humilde tiene conciencia de sus méritos, pero también de sus limitaciones y se dice cada día ¡Cuánto me falta por aprender! Para muchos, la humildad es una inyección dolorosa porque ataca lo más preciado: el orgullo. El soberbio desconoce la cortesía y la paciencia y no acepta contradicciones, su ego lo tiene en las alturas. Quien abre los ojos a la humildad, seguramente enfrentó algún tipo de pérdida que lo hizo volver a tierra firme.

Álex Rovira dice que la humildad es una virtud que “nace del sentimiento de la propia insuficiencia: siempre hay algo o alguien de quién aprender, siempre es posible hacer las cosas mejor, siempre uno puede cuestionarse el valor y sentido de lo que está haciendo en su vida personal y profesional, y desde allí enfrentar nuevos retos, desarrollar nuevas habilidades, aprender nuevas lecciones o construir nuevos puentes. De ahí que la humildad va de la mano de la consciencia y tiene un enorme poder de revelación porque desde ella las perspectivas de pensamiento y de actuación son infinitas, ya que nacen del sentido común, de la duda razonable, de la desnudez que reconoce que aún queda mucho trabajo por hacer, siempre, para encarnar la calidad en todas sus dimensiones: en uno mismo, en la relación con el otro, en nuestros actos o creaciones, en la vida”.

La línea entre arrogancia y humildad es muy delgada. El arrogante siempre tiende a exagerar su propia importancia con respecto al mundo que lo rodea; siente un orgullo excesivo por su persona y exige un reconocimiento desmedido, creyéndose con derecho a tener privilegios que, en realidad, no tiene ni debería tener; el arrogante es quien se siente superior al resto. La soberbia, el orgullo, la arrogancia en sí es un defecto de la personalidad e intrínsecamente es sinónimo de fracaso.

Ahora, si después de leer estas líneas percatas que quien abriga secretos pensamientos de arrogancia y soberbia, eres tú, abre los ojos y lee las siguientes recomendaciones para empezar a corregirte y aprender a ser humilde:

1.- Aprende a reconocer cuando cometes un error y no permitas que tu orgullo te haga sentir que todas tus acciones están justificadas. Rectifica de inmediato o lo más pronto posible y discúlpate. Juzgamos a los demás, y muchas veces sin darnos cuenta, porque es mucho más fácil que mirarnos a nosotros mismos y eso puede generar conflictos en nuestras relaciones. Haz frente a tus defectos, porque el crecimiento y el perfeccionamiento es un proceso que dura toda la vida.

2.- Mantente dispuesto a aprender. Encuentra alguna persona que quieras imitar en alguna área y pídele que sea tu mentor. Para ser aprendiz, es necesario desarrollar la capacidad de manejar nuestros límites de comportamiento frente a una autoridad; también la confianza y el discernimiento son necesarios.

3.- Agradece todo lo que tienes. Ten en cuenta que con una mala decisión en el pasado, tu vida actual sería completamente diferente y asimismo, las buenas decisiones que tomes hoy, podrían cambiar tu vida positivamente. No alardees tus logros.

4.- No temas equivocarte. Gran parte de ser humilde consiste en aceptar que cometerás errores ¡y mira que te quitarás un gran peso de encima! Cuando los cometas, reconócelos, porque las demás personas valorarán tu disposición de reconocer que no eres perfecto y que te estás esforzando para ser mejor persona.

5.- No te jactes de lo que tienes. Sólo da sin esperar algo a cambio, porque si alardeas podrás ser visto como alguien egocentrista. Tampoco te lleves todo el crédito de tus triunfos y logros, porque nadie es autosuficiente.

6.- Valora los talentos y las cualidades de los demás, valora a la gente por su forma de ser y acepta que cada uno es diferente. Esto te permitirá reconocer cualidades que quieres mejorar en ti.

7.- Deja de comparar y en especial no hagas comparaciones inútiles o simplistas. Recuerda que cada persona es diferente, única e irrepetible.

8.- Acepta y cede ante el juicio de otros cuando tú te hayas equivocado. Recuerda que pueden tener la razón. Si aceptas el error, obra conforme a lo que dices.

10.- Trata de ser amoroso y de buenos sentimientos todo el tiempo. Controla tu temperamento y tus impulsos, porque nunca se sabe cuándo puedan llegar a necesitarte.

11.- La humildad te permitirá sentirte mejor, pero también te ayudará a enfrentar situaciones adversas.

12.- Nunca creas que lo sabes todo, porque esa actitud te restará disposición mental para buscar nuevo conocimiento, para crecer y mejorar. Debes reconocer que siempre habrá alguien que pueda hacer algo mejor que tú. Identifícalo y define las áreas en las que puedes mejorar. Sólo tú sabes cuáles son tus habilidades: poténcialas y aprende algo nuevo cada día.

13.- Ayuda a los demás. Gran parte de la humildad proviene del respeto a los demás y éste se puede manifestar al ayudarles. Trata a los otros como tus iguales y ayúdales, porque es lo correcto, trátalos como quisieras que te traten a ti.

14.- Halaga a los demás. Hazle un cumplido sin motivo alguno a alguien que quieras mucho o que apenas conozcas, en vez de buscarles defectos.

15.- La humildad es una herramienta para lograr el desarrollo personal, ya que te permite ser honesto contigo mismo.

16.- Escucha más de lo que hablas. Esta es otra gran manera de valorar a los demás y de ser más humilde. La próxima vez que estés en una conversación, deja que el otro sea quien hable, no lo interrumpas y hazle preguntas para mantenerlo conversando y compartiendo.

17.- Sé gentil y considerado. Ayuda a los demás y hazles saber que pueden contar contigo.

18.- Valora tus talentos, tus habilidades y sé agradecido por ellas. La autoestima no es lo mismo que el orgullo. Ambos provienen del reconocimiento de tus propios talentos y habilidades, pero el orgullo, ese que raya en la arrogancia, está alimentado por tus inseguridades.

19.- Renueva tu capacidad de maravillarte. Creemos “haberlo visto todo” o “saberlo todo” cuando en realidad no sabemos nada de nada. Sorpréndete como un niño y no sólo ganarás humildad, sino capacidad de aprendizaje.

20.- Ejercita la mansedumbre. Ser manso de espíritu es el camino seguro hacia la humildad, porque te ayudará a redescubrir tu capacidad de sorprenderte y a centrarte en los aspectos positivos de la vida.

21.- Pasa más tiempo en la naturaleza, te hará ver cuán grande y complejo es nuestro mundo; y que no eres el centro de él.

22.- Pasa más tiempo con niños. Los niños poseen esa capacidad de maravillarse del mundo, la cual es difícil volver a sentir en un adulto.

23.- Asóciate con otros para ayudar a los más necesitados.

24.- Y si tu falta de humildad es un problema en tu vida, busca asesoría profesional y a compañeros leales que te ayuden.

Rovira acota que “La humildad nos habla de liberarnos de lo accesorio para poder desarrollar lo esencial. Nos invita también a darnos cuenta de que son precisamente nuestras limitaciones las que nos hacen humanos y que, gracias a ellas, podemos tomar conciencia de lo que nos queda por hacer y por crecer. Por ese motivo, la expresión sincera de la humildad no es signo de ingenuidad o debilidad, más bien todo lo contrario, lo es de lucidez y de fuerza interior”.

El conferencista español refiere que la humildad se manifiesta en las pequeñas cosas, en los detalles, en códigos de comunicación sencillos que se convierten en “regalos”, como saber escuchar, callar nuestra propia necesidad de hablar, sonreír, agradecer, brindar ternura, no molestar o estorbar cuando el otro así lo exprese, no dar un consejo no solicitado, respetar la necesidad de soledad del otro o dar un abrazo cuando alguien crea que todo está perdido. Todo esto puede resumirse en una sola palabra: AMOR, tan corta, tan breve y tan potente.

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